lunes, 18 de enero de 2010

Santiago apesta a las seis.


Llegué al paradero sin luz del Diego Portales a eso de las 18:27 hrs., cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta que tomar locomoción colectiva, sea micro o metro, a esa hora es una verdadera locura, osadía apta solo para verdaderos valientes o esforzados trabajadores sin auto. Debo aclarar que no pertenezco a ningún de los dos grupos y de llegar a ser integrante activo de alguno sería del segundo, pero bueno, que se la va a hacer, por ahora solo soy cesante. Me encuentro frente a el letrero que señala las paradas de micro, a mi alrededor varia gente, a oscura, mirando en dirección plaza Italia, esperando por una con asientos disponibles. Entre esos, claro, yo. Llegó la 401, esa creo dice en el anunciado “recorrido Maipú- Las Condes”. Bueno me subí, se me nota quizás la cordialidad de región, porque saludé al chofer, bueno, es una actitud que siempre practico, aunque la mayoría de las veces me quedo sin contestación. La micro, sin ir más lejos, estaba llena, repleta, explosiva y hedionda. Y por no tener actitud de ganadora me quedé acorralada en el peor de los espacios, al ladito del motor, recibiendo aire caliente, cuando no podía más del calor. Entre otros personajes, había uno sentado en su silla personal, un caballero golpeando a la gente con la punta del maletín y un tipo guapo hablando con una chica de estilo oficinista, sobre Sam Chepard. Las primeras dos cuadras todo bien, pero llagando a Ahumada o algo se tomaron todos que los volvió furiosos o realmente las seis de la tarde es una hora de transfiguración animal. La cosa fue así: todos sabemos por antonomasia, seamos o no seamos habitante de la capital, que Ahumada es el lugar más visitado por la gente, foco de millones de empleos y el lugar preferido de los asaltantes, por lo tanto, era obvio que el bus si o si abriría sus puertas ahí, pero, verdaderamente, comprensión y comunicación son unas de las palabras del diccionario que a esa hora de la tarde olvidan los transeúntes, ya que no se realmente que fue lo primero: o la cara de mala onda del chofer o la epidemia de sordera que contagió a los señores usuarios de la locomoción colectiva en el mismo momento. Reconozco don chofer que usted tenía razón, bastaba solo con una vez, pero van los mal genios hijos de puta y nos sabotean a timbrazos los oídos y la moral y no solo una vez, dos , tres, veinte, ¡cien veces!
Algunas buenas verdades que vociferó a todo tarro el chofer en aquel placentero viaje:
Chofer: ¿Alguien le puede decir al apurado de atrás que paro solo en paraderos autorizados? (Esto no es mentira, la mayoría lo hace, acción que se transforma en una de las veintiúnicas medidas respetadas por los “conductores” en relación a las promesas expuestas por Iván Zamorano en los reclames de propaganda del Transantiago en el año 2007)
Gente: (Mutis)
Chofer: ¡Si escucho hombre, me basta con una vez! (respondiendo a la constancia excesiva de los pasajeros que dale y dale tocando el timbre)
Gente: (Mutis)
Chofer: ¡Claro, si piensan que las personas somos tontas! ¡Que no escuchamos! Si veinte quieren bajar… ¡los veinte pelotudos tocan el timbre! (Esto se lo dijo a una vieja, perdón señora, que estaba parada al lado de él, a modo de confidencia, pero la verdad es que nos los confeso a todos, a gritos se expresaba el tipo, ya lloraba creo yo)
Señora (Perdón, vieja): … (Aquí tengo la duda, o no le respondió la muy pesada, o lo dijo bien bajito o simplemente ignoró al chofer de pura vergüenza ajena)
Gente: (mutis)
La situación me tenía tensa, yo estaba con el chofer de todas maneras, es que la contaminación acústica en esta ciudad es bien jodida, que los bocinazos, que la vieja vendiendo parches curitas a la salida del metro, que el otro que obliga a la gente con auto a estacionarse, que el lolito en la micro escuchando rap a todo chancho sin las más mínima conciencia social, que los locales comerciales, sobre todo de ropa juvenil, degenerando tus oídos con el reggeton a todo chancho, (bueno eso no está tan mal, pero imagínense todas las tiendas de todos lados a puro reggeton, sin ponerse de acuerdo siquiera en colocar el mismo CD, para por último escuchar en armonía solo uno, ¡No! En una pura calle tienes la gama completa de los últimos hits del momento y ah de aquel que no le agrada tal movimiento musical, se puede dar por muerto antes de llegar a la esquina). Creo con eso es demasiado para que más encima te psicoseen a timbrazos. Yo me apiadé del señor chofer, a mi me pasó solo esa vez pero él, pobre, aguantando la misma tontera día tras día a toda hora, de verdad es admirable que el hombre no haya agarrado a balazos a los pasajeros en general a modo de venganza y autocompasión. Estoy segura que a todos nos puede pasar, digo, el completo colapso.
Ya pronto a bajarme, me dije “bueno, no alimentaré el odio de este pobre viejo, seré discreta y respetuosa y tocaré solo una vez, si es que claro, antes alguien no se me adelanta”. Así lo hice, delicadamente dirigí mi índice hacia la superficie elevada que indica con su color anaranjado que es el timbre y lo presioné solo una y basta prudente vez.
Quizás con esto que diré voy a pecar de ingenua, pero haya sido la hora, el día, el colapso nervioso o la epidemia de sordera circulante en la micro, pero algo provocó lo imposible. Fui cauta, lo juro, respetuosa y juiciosa. Pero el muy conchesumadre viejo culiao del chofer no me paró en mi paradero y fui a bajarme dos paraderos después. ¡A mí! Quien fui lo más piola de esa micro, ¡A mi me tenía que pasar! ¡A mí! De haber sabido antes el desenlace, hubiese bombardeado a timbrazos al viejo ese sin importarme la conciencia social, mis políticas de respeto y toda esa verborrea de argumentos conservadores y apasionados que circularon en el momento para compadecer al conchesumadre ese. ¡Pero que rabia ho!.
Bien, la próxima vez que me suba a una micro y lo vea, ya tengo bien claro lo que tengo que hacer y por sobre todo a donde a los conductores de la locomoción colectiva les aprieta la paciencia.

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