martes, 20 de julio de 2010

Humano Arrepentido.


¡Carajo! Que miedo tengo de abrir esa puerta. No se en que minuto se me ocurrió dejar eso por tanto tiempo en aquel lugar. Nos pasó por exagerados con el Jose y aquella brutal condición se ha manifestado en que hoy por hoy seamos una especie de padres creadores de una rara civilización que se esconde tras dicho lugar. Su fecha de elaboración data de la segunda semana de Mayo, si sacamos la cuenta dos meses no es cualquier cosa, es más, me atrevería a decir que este tiempo se traduce en el más sincero gesto de generosidad dado por los habitantes de esta casa (Jose y yo, claro) para con seres de otra galaxia.
Es que como explicarlo sin que piensen que las costumbres higiénicas de esta casa son de lo más escandalosas. Osea, claramente si esa puerta fuera la entrada de un restorán, no pasarían ni por si acaso la visita municipal que regula la sanidad, para nada y estoy segura que en menos de lo que me demoro en decir “pero” la autoridad decoraría con un bello cartel con letras claras y pomposas la exclamación ¡CLAUSURADO! la entrada de mi casa.
En fin… antes que piensen lo peor de mi y vomiten sobre sus lustrosos teclados, aclararé que nada más dentro de las paredes de mi hogar luce como luce allá adentro, lo juro con mi vida. Ni mi nombre es Virginia ni trapeo con Clorinda los pisos de mi casa, sin llegar a ser ni los harapos de Cenicienta, sagradamente intento mantener el orden y limpieza de este antro, dejando los lugares de cuidado libres de mohos, gérmenes, hongos y demaces monstruos enemigos de las dueñas de casa y todo aquel que ose llamarse limpio.
Sólo que las hamburguesas se me pasaron… se me pasaron en fecha de todo. No las comí a tiempo, no las guardé en el refrigerador cuando debería haberlo hecho y como ya ven no las he sacado aun.
Y por lo mismo tengo miedo, todo el miedo del mundo. Sudo al pensar en que debo hacerme de valor y abrir la puerta del horno, mirar, oler, tocar… En el fondo enfrentarme a la cosa que sea que viva allá adentro. Una dramática sensación para una acción tan simple y cotidiana: tirar a la basura algo de tu propia creación.
Es el miedo a lo desconocido que encierra esa puerta, el arrepentimiento absoluto de haberme acobardado tanto, las ganas de que aquello desaparezca de esta casa sin que mis manos ni mi nariz deban intervenir en tan cruenta misión.
Un consejo joven aficionado a la cosa gourmet: Si no se lo va a comer, no lo guarde y punto. No suena filosófico ni metafórico, pero es mi lección.

lunes, 12 de julio de 2010

Cosas guardadas por mi nana Jaquelín


Tengo ganas de sentarme un rato en la pieza del fondo. Sentir la madera crujir de paredes y suelo, mirar hacia mi izquierda y pillarme con mi orfanato improvisado de muñecas, mirar hacia el frente y ver una vez más el escritorio que mi papá hizo para mi el cual estaba tan atestado de cosas que pocas veces ocupé. Si camino un paso más veré los rubios cabellos de Alexandra, Patricia (a quien le comí un pie y dejé coja) y Andrea (a quien un descuido de mi madre hizo que me comiera su mano y la dejara casi manca). Que ganas de tocar los rulos y rizos de Rizos Rulos, la rockera del grupo y pegar con scotch una vez más la cabeza de Erick, el novio de todas.
¿Qué será de la bolsa de títeres que mi madre escondió por todos los closet de la casa? ¿Dónde estará mi colección de tassos con los cuales jugaba a la escuelita? ¡¿Dónde sin querer abandoné al Machitas?!
Los recuerdos siempre quedan guardados en una pieza del fondo, mis muñecas, peluches y juegos de saloon, aunque físicamente quizás ya no existan, aun puedo tocarlas con la sensibilidad de mi memoria y seguro que con mucha suerte hoy pueda soñarlas y volver a jugar con ellas.
Aquí, en esta casa, la que es de mis padres, mis recuerdos de adolescencia se guardan lejos de lo cotidiano. Son pilas de fotos, cartas de amor, agendas, diarios de vidas y anuarios del colegio. Miles de cosas organizadas por fecha, hora, nivel de importancia y protagonismo en la acción. No quiero que se pierdan ni mojen, podrían serme de gran utilidad el día que sin querer me despierte sin memoria.
Creo que es ese el objetivo de mi pieza. Guardarme y cuidarme. Acogerme en momentos de intensa necesidad y recordarme quien soy.
Por eso, guardo mi llave cerca del bolsillo de mi pijama siempre, por la urgente necesidad, quien sabe, de esconderme en el closet una vez más.