lunes, 12 de julio de 2010

Cosas guardadas por mi nana Jaquelín


Tengo ganas de sentarme un rato en la pieza del fondo. Sentir la madera crujir de paredes y suelo, mirar hacia mi izquierda y pillarme con mi orfanato improvisado de muñecas, mirar hacia el frente y ver una vez más el escritorio que mi papá hizo para mi el cual estaba tan atestado de cosas que pocas veces ocupé. Si camino un paso más veré los rubios cabellos de Alexandra, Patricia (a quien le comí un pie y dejé coja) y Andrea (a quien un descuido de mi madre hizo que me comiera su mano y la dejara casi manca). Que ganas de tocar los rulos y rizos de Rizos Rulos, la rockera del grupo y pegar con scotch una vez más la cabeza de Erick, el novio de todas.
¿Qué será de la bolsa de títeres que mi madre escondió por todos los closet de la casa? ¿Dónde estará mi colección de tassos con los cuales jugaba a la escuelita? ¡¿Dónde sin querer abandoné al Machitas?!
Los recuerdos siempre quedan guardados en una pieza del fondo, mis muñecas, peluches y juegos de saloon, aunque físicamente quizás ya no existan, aun puedo tocarlas con la sensibilidad de mi memoria y seguro que con mucha suerte hoy pueda soñarlas y volver a jugar con ellas.
Aquí, en esta casa, la que es de mis padres, mis recuerdos de adolescencia se guardan lejos de lo cotidiano. Son pilas de fotos, cartas de amor, agendas, diarios de vidas y anuarios del colegio. Miles de cosas organizadas por fecha, hora, nivel de importancia y protagonismo en la acción. No quiero que se pierdan ni mojen, podrían serme de gran utilidad el día que sin querer me despierte sin memoria.
Creo que es ese el objetivo de mi pieza. Guardarme y cuidarme. Acogerme en momentos de intensa necesidad y recordarme quien soy.
Por eso, guardo mi llave cerca del bolsillo de mi pijama siempre, por la urgente necesidad, quien sabe, de esconderme en el closet una vez más.

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