¡Carajo! Que miedo tengo de abrir esa puerta. No se en que minuto se me ocurrió dejar eso por tanto tiempo en aquel lugar. Nos pasó por exagerados con el Jose y aquella brutal condición se ha manifestado en que hoy por hoy seamos una especie de padres creadores de una rara civilización que se esconde tras dicho lugar. Su fecha de elaboración data de la segunda semana de Mayo, si sacamos la cuenta dos meses no es cualquier cosa, es más, me atrevería a decir que este tiempo se traduce en el más sincero gesto de generosidad dado por los habitantes de esta casa (Jose y yo, claro) para con seres de otra galaxia.
Es que como explicarlo sin que piensen que las costumbres higiénicas de esta casa son de lo más escandalosas. Osea, claramente si esa puerta fuera la entrada de un restorán, no pasarían ni por si acaso la visita municipal que regula la sanidad, para nada y estoy segura que en menos de lo que me demoro en decir “pero” la autoridad decoraría con un bello cartel con letras claras y pomposas la exclamación ¡CLAUSURADO! la entrada de mi casa.
En fin… antes que piensen lo peor de mi y vomiten sobre sus lustrosos teclados, aclararé que nada más dentro de las paredes de mi hogar luce como luce allá adentro, lo juro con mi vida. Ni mi nombre es Virginia ni trapeo con Clorinda los pisos de mi casa, sin llegar a ser ni los harapos de Cenicienta, sagradamente intento mantener el orden y limpieza de este antro, dejando los lugares de cuidado libres de mohos, gérmenes, hongos y demaces monstruos enemigos de las dueñas de casa y todo aquel que ose llamarse limpio.
Sólo que las hamburguesas se me pasaron… se me pasaron en fecha de todo. No las comí a tiempo, no las guardé en el refrigerador cuando debería haberlo hecho y como ya ven no las he sacado aun.
Y por lo mismo tengo miedo, todo el miedo del mundo. Sudo al pensar en que debo hacerme de valor y abrir la puerta del horno, mirar, oler, tocar… En el fondo enfrentarme a la cosa que sea que viva allá adentro. Una dramática sensación para una acción tan simple y cotidiana: tirar a la basura algo de tu propia creación.
Es el miedo a lo desconocido que encierra esa puerta, el arrepentimiento absoluto de haberme acobardado tanto, las ganas de que aquello desaparezca de esta casa sin que mis manos ni mi nariz deban intervenir en tan cruenta misión.
Un consejo joven aficionado a la cosa gourmet: Si no se lo va a comer, no lo guarde y punto. No suena filosófico ni metafórico, pero es mi lección.
Es que como explicarlo sin que piensen que las costumbres higiénicas de esta casa son de lo más escandalosas. Osea, claramente si esa puerta fuera la entrada de un restorán, no pasarían ni por si acaso la visita municipal que regula la sanidad, para nada y estoy segura que en menos de lo que me demoro en decir “pero” la autoridad decoraría con un bello cartel con letras claras y pomposas la exclamación ¡CLAUSURADO! la entrada de mi casa.
En fin… antes que piensen lo peor de mi y vomiten sobre sus lustrosos teclados, aclararé que nada más dentro de las paredes de mi hogar luce como luce allá adentro, lo juro con mi vida. Ni mi nombre es Virginia ni trapeo con Clorinda los pisos de mi casa, sin llegar a ser ni los harapos de Cenicienta, sagradamente intento mantener el orden y limpieza de este antro, dejando los lugares de cuidado libres de mohos, gérmenes, hongos y demaces monstruos enemigos de las dueñas de casa y todo aquel que ose llamarse limpio.
Sólo que las hamburguesas se me pasaron… se me pasaron en fecha de todo. No las comí a tiempo, no las guardé en el refrigerador cuando debería haberlo hecho y como ya ven no las he sacado aun.
Y por lo mismo tengo miedo, todo el miedo del mundo. Sudo al pensar en que debo hacerme de valor y abrir la puerta del horno, mirar, oler, tocar… En el fondo enfrentarme a la cosa que sea que viva allá adentro. Una dramática sensación para una acción tan simple y cotidiana: tirar a la basura algo de tu propia creación.
Es el miedo a lo desconocido que encierra esa puerta, el arrepentimiento absoluto de haberme acobardado tanto, las ganas de que aquello desaparezca de esta casa sin que mis manos ni mi nariz deban intervenir en tan cruenta misión.
Un consejo joven aficionado a la cosa gourmet: Si no se lo va a comer, no lo guarde y punto. No suena filosófico ni metafórico, pero es mi lección.
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