martes, 21 de abril de 2009

Carta de bienvenida a mi abuelita muerta

Creo que nunca logré saber mucho de ella. Quizás el tiempo o simple descuido hizo que se me olvidara preguntarle muchas cosas. Por ejemplo cosas tan simples desde su verdadera edad, fecha de nacimiento hasta cual era su color preferido. No quisiera rellenar o hacer de esto un sin fin de palabras bonitas, pero sí, esta noche de lluvia fuerte en Valparaíso, y este día miércoles de lluvia también aquí, me hace recordar quien fue o sigue siendo ella para mi. Y es algo más o menos así.

Tengo algunos recuerdos de ella en mi infancia de más atrás, por ejemplo el día que estuve de cumpleaños numero cinco o menos quizás. Ese día me llevaron a ver Todos los perritos se van al cielo, pero no recuerdo si ella también fue. La cosa es que vivíamos en la villa olímpica, creo que todos vivíamos aun ahí. Esa mañana de enero mi abuela entró la pieza que compartíamos con la Nicole y se sentó en una de las camas. A mi me estaban vistiendo de fiesta y no se por qué, pero me llamó mucho la atención la blusa que andaba trayendo. Me quedé mirándola, por supuesto sorprendida por lo que sobresalía de ella y le pregunté entonces que era eso, que cómo se llamaban. Ella me miró así media picara, se tocó la blusa y me dijo: se llaman senos. ¿Senos? Pensé yo. Me quedó rondando esa palabra, porque de verdad, no la comprendía. Años después entendí que eran como montañas, ya que esa palabra extraña que dijo se parecía mucho a la que usaban mis profesores al referirse al seno de “reloncaví” y esas cosas. Por muy tonto que sea, aun me queda la duda de que si realmente tiene alguna semejanza o no. Pero lo cierto era que no podía borrarme esa escena de mi abuela, sentada en la cama y agarrando con fuerza sus senos, cada vez que en el colegio pasaban geografía.

También me acuerdo de su departamento, ese que compartía con la tía Mariela, ese que cuando uno entraba se encontraba de frentón con ese comedor color negro, así bien rústico que sonaba tanto cuando corríamos las sillas.

O cuando una vez fuimos, como tantas otras, a San Sebastián y en la noche bajamos a unos juegos. Con la Nicole nos pusimos a pelear porque queríamos jugar con un Fliper, obvio la las dos con un mismo flipper. Mi abuela dijo que no peleáramos, que cuando ella se ganará el Loto nos compraría uno a cada uno. Por supuesto nos quedamos tranquilas ¿ cómo no se lo ganaría? Si besó los boletos cuando los compró, e incluso nos hizo partícipes a ambas en el relleno de los circulitos. Acuérdense, quien de nosotros no sabía que jugaba, domingo a domingo cuanto juego del kino y el Loto había. Segura que ganaría algún día, soñando con millones de pesos, siempre fiel a los mismos números. Pensaba arreglar la vida de todos, pensaba comprarse una de esas casas rodantes, pensaba que con eso podría viajar hasta su nieto y visitarlo. Por que acuérdense, a quien no lo calzó un día cualquiera con ese ¿vas al centro?, por decir algún lugar, tráeme dos kinos y un loto, el Loto juégalo a tu pinta, y que los Kinos terminen en 22 o 23, parece, no lo recuerdo bien. La cosa es que esa vez que estábamos en la playa y ella nos prometió ese flipper de la discordia, con la Nicole nos quedamos tranquilas, ¿por qué no se lo ganaría al otro día? Y yo soñaba con ese flipper, incluso ya lo veía instalado en algún rincón de mi pieza. Creo que a varios nos dejó tranquilos con ese tipo de promesas. Pero ¿saben? no sabemos en realidad, si alguna vez logró el premio mayor, porque muchos años después comprobé que de tantos que compraba, así eran tantos los que no revisaba. Familia, teníamos una abuela millonaria y no nos dimos cuenta.

En una oportunidad, cuando ya nos habíamos cambiado de casa y pocos quedaban viviendo en la villa olímpica, mi abuela nos fue a cuidar a la Nicole y a mi a esa nueva casa. Por supuesto no era la primera vez, bueno nos acostamos y le pedimos que nos contara una de sus historias de cuando era niña, nos gustaba mucho eso, y todos sabemos que ella tenía esa capacidad que le encantaba de hablar hasta por los codos. Ahí estábamos las tres. Ella contándonos sus historias hasta que nos quedábamos dormidas. Recuerdo una en particular. Ella fue de excursión al cerro junto a sus hermanos y se puso a llover, se encontraron una araña pollito y se la llevaron en una cajita con hollitos a la casa. Por supuesto ella lo contaba con mucha más emoción y energía que yo, era tanta que se que tanto la Nicole como yo nos imaginábamos ya a la abuela como abuela y no niña, escalando por las montañas de la cordillera de los andes, atravesando la tremenda tormenta, encontrando tras los roqueríos una gran araña y salvándola como la doctora Quuin. La verdad, ahora que lo pienso, seguramente mi abuelita nos inventaba esas historias para que nos emocionáramos y la viéramos como super heroe.

Nunca olvidaré esas votaciones presidenciales en que ganó el Frey y tampoco la página de diario que aun guarda la Nicole. Ahí estábamos nuevamente las tres tras una cabina de votación secreta. La acompañamos a votar al estadio nacional, al mismo lugar que fue por toda su vida, creo yo, a emitir su opinión absolutamente fundamentada sobre los candidatos, cómo lo hizo la última vez en que votó por la Bachelet. La cosa es que ese día de primavera del año 92 o 93 ç, nos metimos con ella a votar y salió una foto en el diario que decía “voto familiar”, aun existe la evidencia por si lo quieren comprobar. Para que vean, mi abuelita fue famosa.

El tiempo pasó y a todos nos hizo más grandes, menos a mi abuelita, ella siempre conservó su disminuida estatura. Bueno, ella vivió un tiempo con mi papá y luego se fue a cuidar a la abuelita Raquel. Todos sabíamos que a pesar de que muchas veces la abuelita se sentía cansada de su madre, la adoraba con fervor y no quería separarse de ella.

Recuerdo un verano en particular en que mi papá nos llevó a Talca después de muchos años. Claro, nos quedamos en la casa de la tía Pepa, con su patio interior y su tremendas piezas. Una de esas tardes mi papá nos llevó a caminar por la ciudad, nos sentamos en la plaza, y el miraba con detención la estación de trenes. No me olvidaré nunca que nos contaba con nostalgia sus años de estudiante talquino y de las millones de cartas que le escribía a ella desde el momento en que se subía al tren el día domingo. Nos decía que se iba llorando y escribiendo y por supuesto, creo yo, mi abuela se emocionaba con cada carta escrita por él, que le llegaban como dos o tres días después de haberse marchado su hijo. Parecido un poco a cómo me pasa a mi, con la diferencia que yo no escribo, pero si lloro aún. Papá, los dos hemos vivido esto de la vida sobre trenes o buses, la dualidad semanal de ciudades, así que entiendo lo que sentías al irte del lado de tu madre.

Recuerdo también cuando más grande, mi abuela me fue a ver a una presentación de coro por el año 2000, tenía yo 14 años. La fuimos a dejar a su casa y en el camino mi abuela le contaba al Christian, que en ese momento era mi pololo, que ella cuando joven también cantaba junto a su hermana, la tía Mariela, ambas eran las famosas “hermanitas Muñoz”. Era de esperar de una hija de profesora de música, porque me parece que la abuela Raquel era de esa profesión. Bueno, yo me sentí bakán, me imaginaba que mi abuela era una especie de Verónica Villarroél y que se sentía orgullosa de mi, yo por mi parte me enorgullecía al máximo de haber heredado de ella el talento de cantar más o menos bien. Tenía un potencial artístico y mi abuela era la responsable en parte de eso. Me acuerdo haberla escuchado cantar muy fuerte, con ese tremendo vozarrón que la caracterizaba o bailando alegre con ese trajecito medio rosado con flores que se ponía en navidades, años nuevos y cumpleaños, por muchos años después de que se lo vi por primera vez, en el matrimonio de la Turi con mi papá. Hay un video y fotos que capturaron ese vestido. Cómo ven además de super heroe y madre chora era la media artista.

Cómo olvidar también los chocolates, calcetines, desodorantes, calzones y cuanta cosa se le ocurriera llevarnos a todas cada vez que visitaba nuestras casas y los millones de regalos de navidad, a veces para todas iguales, que nos daba. Cómo esa vez que nos regaló toallas de playa y un desodorante o las poleras que la Andrea ayudó a escoger o las diez lukas, sacadas directamente de su herencia. Sabíamos que nunca llegaría a visitarnos sin un engañito, por más engañado que fuese. Para que vean, nuestra abuela era mejor que el mismo viejo pascuaro.

Cuando me fui a Valparaíso a vivir, mi abuela fue unos días antes a despedirse y a desearme mierda- mierda. Me llevó calzones, obvio, un jabón que conservé por tiempo, calcetines, pañuelitos desechables y así, por debatito, me pasó sus lukas y una caja de chocolate en rama, que ella igual, a pesar de la diabetes, disfrutaba. Sin mentir, esa caja me duró un semestre completo escondido por entre los cajones de mi cómoda. Mi abuela me dijo, cómetelo tu solita y tranquilita, petición que respeté a cabalidad, jamás le convidé ni una sola rama a nadie.

Pasaron unos meses y mi abuela se fue de frentón a vivir a mi casa. Ocupó mi pieza de adolescente, convivió con mi historia y mis recuerdos por harto tiempo. Se apropió de ella y yo, cada vez que viajaba a Santiago, me turnaba de cama en cama para no molestar. No puedo negar que me costó tiempo volver a entrar en ella, por que ya no la sentía mía. Pero no me olvido que antes que mío ese lugar, fue de ella y estaban las fotos de Felipe cuando chico y su inseparable televisor.

Qué costumbres las de ella. Ver televisión hasta las tantas, comiendo en la cama y con el volumen muy alto. Muchas veces se quedó dormida toda doblada en la cama y la televisión sin transmisión. Pero alguna vez, sin duda, pudieron ustedes espiarla como lo hizo yo, sin que ella se diese cuenta y mirarla mientras ella veía su televisor. ¿Se dieron cuenta de esa sonrisa que no se iba o la mirada fija que conducía hasta lo más profundo de esos programas?- No, no había lugar más hermoso que ese, más feliz para ella. Vibraba, lloraba, reía. Todos ellos que habitaban al otro lado de la pantalla, formaban parte real para ella, indiscutiblemente importante, creo que hasta incluso lograba sentir más verdad que los mismos “rostro de TV”. Deberían estar todos ellos aquí, desde Rodrigo DIaz, hasta el Beto Cuevas, deseándole suerte en su viaje al cielo. El guillé y todos esos tipos de tolerancia cero deberían hablar este domingo de ella, ya que nadie era más fiel televidente que ella. Por lo tanto, me parece una soberana irresponsabilidad y total falta de criterio que esos tipos no se encuentren aquí. Donde está la cobertura de prensa, mi abuela era importante señores, era digna potencial opinóloga de S.Q.P, ¿Dónde están las cámaras?, por que no están aquí acompañándola. En fin, la fama es ingrata familia y ellos, todos ellos, se lo pierden.

A todos nos contó su historia, perros, gatos, podólogas, peluqueras, modistas supieron quien era ella. La vimos tomando Lozzopil, nos recetó dipironas y nos salvó con aspirinas. Nos dio sencillo para la micro, nos habló del padre Pio y los otros Santos. Nos contó de los mil millones de pololos que tuvo, claro, siempre antes de casarse con el tata. AS todos nos sirvió un plato de comida, nos cuidó por más de una noche, nos ofreció leche antes de dormir, nos habló del pololo de la otra, diciéndonos que era super buen cabro y nos contó todos los dramas sobredimensionados de cada integrante de la familia. Nos contó del Felipe sobre todo. La vimos en todas, la escuchamos hablando de la glicemia o tarareando alguna canción de moda o antigua.

Abuelita: Siento no haberte preguntado más y haber dejado de verte tanto tiempo. Siento no haber corrido a buscarte cuando don pedro del negocio me contó que te había mordido un perro y que además te habías caído. Siento no haberte traído ni un chocolate esa vez que fui a Pucón y me pasaste plata. Siento todas las veces que me dio lata verte triste o choreada. Siento como todos, creo, no haberte dado más abrazos y más besos. Y de sobre manera haber esperado hasta hoy para decirte esto, siendo que tuve muchos cumpleaños y días de lo que sea para referirme a ti.

Los últimos días cuando te vi durmiendo se que escuchaste lo que pensé y desee para ti. Me parecía que no estabas en un profundo sueño, sino que tu misma le apretaste play al video de tu vida y la viste pasar ante ti con cada detalle hermoso. Te viste pequeña sobre los cerros buscando arañas pollito, te viste coqueteando a cuanto chiquillo se te cruzó en tus veranos en Peñaflor, te escuchaste nuevamente cantando junto a tu hermana Mariela. Te viste ahí, enamorándote de un caballero de nombre chistoso y risa graciosa, te viste casándote con él, en los horizontes, en los atardeceres de enamorados. Te viste con un primer hijo y luego con tres más. Te viste creando a los tuyos, a los vecinos, a los primos de los primos. Te sentaste otra vez tras el escritorio del INDAP, gritaste junto a Allende VIVA CHILE una vez más. Te viste nuevamente ahí, aperrando con los cuatro y también con un quinto, tu adorado Felipe. Te viste para un dieciocho de septiembre inaugurando la fonda oficial, con tus amigas, una vez más Te viste abuela, madre, hija, estabas tranquila. Feliz abuelita, hermosa como en tus mejores años. Estabas contigo y también con nosotros, ¿no sentiste nada verdad?, nopo, si estabas en lo tuyo, así fuerte, viviendo tu vida una vez más.

Creo que te extrañaré. Todos, no solo yo.

Espero me vallas a ver, en todo escenario y en cada puerto del mundo y me des los tremendos aplausos. Espero no nos olvides con tanta fiesta buena que vas a tener en el cielo. Nos verás por las pantallas gigantes del cielo, junto a la abuelita Raquel y tus amigas. Me verás a mi quizás, en algún desliz televisivo y te doy mi autorización para contarle a quien quieras y cómo quieras la historia sobre como me descubrió Carlos Pinto y me hizo famosa, cómo quieras abuelita, yo no me enojo. Confío en que tus promesas no serán en vano y nos mandarás esos millones de la lotería tan anhelados por todos que solucionarán nuestros problemas económicos, ja, ya igual es entre media broma y no, lo que sea su cariño, como decimos por acá, ya que confío que quizás, tal vez no se, tendré algún día ese codiciado fliper en mi pieza listo apara ser jugado.

Sé que como la Conty, me imagino, le contará a la Emilia sobre ti, porque no alcanzó a conocerte. Yo también por mi lado les contaré a los míos, que no han nacido aún, estas mismas tonteras que he contado hoy y cerraré los ojos y veré una vez más tu sonrisa y sonreiré yo también.

Mierda, mierda en tu despegue triunfal al cielo. Come hartas tortas, chocolates y tómate algo rico con harta azúcar, ya nada más daño te puede hacer.

Nos vemos abuelita, no se cuando, pero nos vemos por allá.

Te amamos todos, incluso yo.